Una crisálida perfecta de mil ciento sesenta y pico días; cuatro paredes para contener el amor y el delirio privados, y un techo que apunta al cielo como una flecha que anuncia. Escribo en el móvil, a oscuras, un poema dedicado al día y a la luz del sol. Celebro las superficies suaves y la memoria afilada, celebro el déjà vu y mis propias promesas, celebro el reposo y el camino que se abre.
