Antes que nada: Esta newsletter es por y para melómanos, y todo va a girar en torno a la música que produzco y a la música que escucho. Así que, antes de contarte mi periplo, te dejo por aquí el link a la playlist de enero por si la quieres ir escuchando mientras me lees.
Lo más probable es que no entiendas lo importante que es esa playlist. No es una selección de temas escogidos a conciencia, ni una compilación de nuevas promesas de la música, ni nada así; Son las 31 primeras canciones (y álbumes) que escucho (descartando algunas más que no captaron lo suficiente mi atención) desde que tomé la decisión de volver a escuchar música a diario. Día sí, día también.
Sí, sé que escuchar música a diario no es nada especial, ni increíble, ni raro. A día de hoy, el consumo de música es algo cotidiano y totalmente masivo. Pero te doy contexto:
En mi caso, cuando más música he escuchado fue allá por 2013-2014. Por aquel entonces estudiaba Bellas Artes, llevaba el pelo de colores y vivía en un piso de 7 personas (cada una de las cuales invitaba a sus amistades, por lo que no era raro que fuésemos 15 o 20 en el piso los fines de semana). Cuando volvía de clase, me quitaba los zapatos (el pijama ya lo llevaba puesto) y escuchaba música toda la tarde y la noche (dormía muy poco). También comía muchísimo por aquella época. Tenía una gula insaciable de comida, de Internet y de música.
Fast forward a unos cuantos años después: No puedo comer ni remotamente parecido a como comía antes, me alejé de las redes y casi nunca escucho música —el único temazo que escucho a diario es el de los pájaros—. Si me comparo con la gente de mi generación y de mi entorno, se podría decir que pasé un lustro viviendo como un monje asceta —para cuando declararon la pandemia en 2020, mi día a día no sufrió ningún cambio—. No acabé Bellas Artes. Tampoco Filosofía. Las amistades se fueron marchitando una tras otra. Visto mejor, pero cada vez tengo menos motivos para quitarme el pijama. Ya no me hago nada en el pelo (total, nadie me lo ve), por lo que se ha convertido en una cortina de 1 metro, literalmente. Mi cuerpo había colapsado y, con él, todo lo demás. Mi mente, en cambio, decidió que ya era el momento de dejar de disociar y de huir hacia adelante y, desde entonces, no he hecho otra cosa que escucharla. Escucharme. Y, para ello, necesitaba silencio.
Siempre he sido muy sensible a la música, hasta el punto de generarme adicción o de poder entrar en estados de consciencia alterados sólo con canciones. Si quería poner orden en mi vida, debía entrar en la espiral estando lo más lúcida posible.
¿Y ahora qué?
Digamos que he salido medianamente ilesa de la espiral, y el silencio está empezando a quedarse sin cosas nuevas que contarme. Tengo ganas de jugar un poco con el ruido. Me apetece abrirme y compartirme, aunque todavía no tengo muy claro cuánto ni cómo. Eso ya lo iremos viendo. Lo que sí tengo claro es que habrá mucha música, que siempre ha sido y será una de mis grandes pasiones.
La playlist de este mes acaba con mi canción Tigrilla porque el último día de enero anuncié el nombre de mi primer álbum, que por fin sale. Mucha gente que me sigue en Instagram no tuvo la paciencia de ver los 35 segundos de video y aún no se han enterado.
Este álbum será el primero de los dos álbumes en los que trabajé en 2020, y con los que llevo tres años peleándome por acabar (de mi TDAH hablamos en otro boletín). Me apetecía dar algo de contexto para que se entendiese mejor el anuncio.
Estoy algo oxidada y confieso que no sé cómo cerrar este boletín. En cierta manera no puede tener un cierre, tengo demasiadas cosas que contar. ! [Si has visto esta entrada pública sin estar suscrito y quieres recibir las siguientes privadas, suscríbete aquí].
Gracias por leerme ♥
H.